Abrí la puerta, cogí el comedero, fui a la cocina, tiré a la basura los restos de alpiste y llené con nuevo el recipiente. Al volver, me di cuenta de que me había dejado la puerta abierta.
Pero el periquito seguía allí.
Metí el comedero y, ya que no había salido durante ese rato, decidí dejársela abierta para ver qué hacía.
Estuve observándolo unos minutos, que se convirtieron en horas, días, meses, años.
Hoy el periquito ha muerto.
Dentro de su jaula.
Con la puerta abierta.