lunes, 2 de septiembre de 2019

raíces


Mi abuelo tenía noventa años.
El vecino de arriba había comprado aquella serpiente hacía un tiempo.
Tuvo que emigrar en busca de trabajo.
Es venenosa, vive en las selvas, así nos dijo un día que mi abuelo quiso subir a verla.
Caminó campo a través durante semanas huyendo de la guerra, comiendo raíces y lagartijas.
La tenía en un terrario, pero se escapó.
Vio cómo mataban a su hermano.
Se coló por una tubería y entró al piso de mi abuelo por el fregadero.
A oscuras para no molestar a mi abuela, cada noche se levantaba para ir al lavabo.

la última piedra


Empezamos a construir un muro en nuestro jardín.
Casi sin darnos cuenta, cada día poníamos una piedra aquí otra allá, sin ninguna intención. Piedras grandes, pequeñas, que encontrábamos por la calle.
No sabría decir quién de los dos empezó.
Mis hijos también colaboraron, como nosotros, sin saber muy bien lo que hacían.
Los vecinos preguntaban qué era lo que estábamos construyendo. Ninguno de nosotros supo explicarlo.
Una mañana de agosto, al cabo de unos años, aquello ya estaba acabado. Fue el pequeño quien decidió que esa había sido la última piedra.
Cerramos la puerta y empezamos a preparar el desayuno.