lunes, 29 de julio de 2019

extraño malabarismo


Aquella tarde llevamos a nuestros hijos a la feria.
Había cuatro atracciones, pero ellos solo querían subirse en un destartalado tren de la bruja.
De dónde habría salido ese tren, esa vía.
Compré dos fichas.  
Mientras los niños se subían, un hombre se puso una careta de bruja y se encaramó al último vagón. Nadie pareció verlo.
En la mano, una pequeña escoba con la que hizo un extraño malabarismo.
La bruja me miró fijamente.
Mis hijos reían nerviosos en el primer vagón.
Hice el ademán de subirme para sacarlos de allí.
Pero entonces el tren se puso en marcha.


neblina


La cosa empezó a torcerse cuando mi padre compró la mosquitera.
Hasta aquel momento habíamos vivido todos esos años sin necesidad de ninguna mosquitera en la puerta de entrada. Incluso mi madre había llegado a decir que allí no se pondría nunca ninguna mosquitera, porque no hacía falta y, sobre todo, porque enturbiaría la vista del río y la montaña que tanto había contemplado la abuela.
Con el tiempo, la mosquitera fue llenándose de polvo y telarañas, y la nítida luz que siempre se había colado por aquella puerta se convirtió en una neblina cada día más apagada y sórdida.
    

un gorrión


Casémonos, dijiste, y tu voz en aquel preciso momento brotó como una flor un lunes de junio, desenfocada pero segura de sí misma.
Te respondí Cuándo, así te lo dije, sin pensar, solo eso y nada más, y justo en ese momento vi que tu cara se iluminaba, y nunca antes había entendido el significado de esa expresión.
Rizabas una mecha de tu pelo con el dedo y sonreías, no esperabas mi respuesta, y entonces un gorrión se posó en la silla donde estabas y, durante unos segundos, pareció contarte un secreto.
Nadie entonces podía llegar a imaginar mi felicidad.