Aquella tarde llevamos a nuestros
hijos a la feria.
Había cuatro atracciones, pero ellos
solo querían subirse en un destartalado tren de la bruja.
De dónde habría salido ese tren,
esa vía.
Compré dos fichas.
Mientras los niños se subían, un
hombre se puso una careta de bruja y se encaramó al último vagón. Nadie pareció
verlo.
En la mano, una pequeña escoba con
la que hizo un extraño malabarismo.
La bruja me miró fijamente.
Mis hijos reían nerviosos en el
primer vagón.
Hice el ademán de subirme para
sacarlos de allí.
Pero entonces el tren se puso en
marcha.