lunes, 29 de julio de 2019

neblina


La cosa empezó a torcerse cuando mi padre compró la mosquitera.
Hasta aquel momento habíamos vivido todos esos años sin necesidad de ninguna mosquitera en la puerta de entrada. Incluso mi madre había llegado a decir que allí no se pondría nunca ninguna mosquitera, porque no hacía falta y, sobre todo, porque enturbiaría la vista del río y la montaña que tanto había contemplado la abuela.
Con el tiempo, la mosquitera fue llenándose de polvo y telarañas, y la nítida luz que siempre se había colado por aquella puerta se convirtió en una neblina cada día más apagada y sórdida.