sábado, 14 de julio de 2012

barbacoa

Fuimos a casa de mis tíos.
La acababan de comprar.
Una especie de herencia rara.
Nunca supimos muy bien de dónde había salido ese dinero.
Era una casa con jardín.
Había un pino, majestuoso, que vigiló nuestros movimientos durante aquella barbacoa de domingo.
Después de comer, mi primo fue a su habitación y volvió sonriente con un boomerang.
Caminamos un poco más allá, para no molestar.
Mi primo lanzó con fuerza aquel cacharro, que se adentró en el azul del cielo.
Estuvimos esperando unos segundos.
Miré de reojo a mi primo, que ya no sonreía.
Aquello no volvió nunca más.