martes, 30 de septiembre de 2008

a tientas

Hubo una época en la que aparecieron gusanos en la cocina.
No sabíamos de dónde salían, no teníamos alimentos en mal estado, todo estaba impecable.
Pero cada dos por tres los gusanos aparecían en la mesa de la cocina, entre los fogones, en el cajón de los cubiertos.
Usamos todo tipo de insecticidas, remedios naturales, nada, seguían apareciendo.
Cada vez que encendíamos la luz de la cocina, allí estaban.
Un día, después de mucho hablarlo, tomamos una decisión: no volver a encender la luz.
Ahora todo lo cocinamos a tientas.
Pero, eso sí, no hemos vuelto a ver ningún gusano.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

ojos de gato

He venido a llevarte a casa, 
le dijo, 
a ver contigo esas cosas 
que siempre me cuentas, 
pasear contigo por la noche, 
le dijo, 
que me muestres los caminos que sigues, 
todo lo que ves camino a casa, 
le dijo, 
he venido para vivir contigo esas cosas, 
esas tonterías que siempre te cuento, que dices tú, 
le dijo, 
me gustaría que me llevaras por calles diferentes 
y que te sorprendieras conmigo de algo que nunca hubieras visto, 
le dijo, 
descubrir esquinas que te diesen miedo, 
sombras en la noche, 
ojos de gato observando nuestros besos, 
lentos y eternos, 
le dijo.

martes, 16 de septiembre de 2008

mañana

Le sucedió a un amigo de mi padre.
Por la mañana su mujer le recordó: acuérdate que hoy recoges tú al niño.
Él le dijo que no se preocupase, que se acordaría de recogerlo.
Pero llegó la tarde y el padre se olvidó de recoger al niño.
Cuando llegó a casa, su mujer le preguntó: ¿has recogido al niño?
El padre le dijo que se había olvidado.
Entonces su mujer le recriminó: ¿cómo se te puede olvidar una cosa así?
Y el padre le contestó que no se preocupase, que no venía de un día, que ya lo recogería mañana.

viernes, 12 de septiembre de 2008

experto

Al final mi mujer cogió la botella que había traído mi padre y fuimos a casa de nuestros amigos.
Nos recibieron como si no nos esperasen. Cosas de idiotas, pensé.
Mi mujer le dio la botella a nuestro amigo quien miró la etiqueta frunciendo el ceño y la llevó a la mesa.
Me dieron ganas de darle una paliza, ahí mismo, delante de sus hijos.
Cuando su mujer trajo las carnes, nuestro amigo abrió la botella.
Nos sirvió con el patetismo de quien se cree un experto.
Estuve a punto de preguntarle el precio de esa botella.
Decidí seguir bebiendo.

jueves, 11 de septiembre de 2008

nuestra amistad

Tendríamos que llevar algo a la cena, ¿no crees? Un vino, el postre, no sé, algo.
No bebemos vino. No voy a llevar algo para que se lo beban los demás.
¡Pero es un acto de cortesía! Te están invitando a cenar, es lo mínimo.
Nunca entenderé por qué los invitados están obligados a llevar algo ¡Que les jodan a todos!
¡Eres insoportable! No nos cuesta nada llevar esa botella que trajo tu padre un día.
¿Sabes cuánto vale esa botella?
¡Me importa muy poco!
¡Esa botella vale más que nuestra amistad!
¡Es increíble! Eres horrible, tan horrible.
Lo sé.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

constante, trágica

Al cabo de un rato, mi amigo habló.
Esto es maravilloso, dijo.
Y yo sabía que no se refería a la montaña de basura en la que estábamos sentados, ni a las ratas que se peleaban por un trozo del cordón de mi zapato, ni siquiera se estaba refiriendo a la enfermedad que corría por su sangre, tampoco a las escasas horas de vida que nos quedaban, ni mucho menos a la lluvia constante, trágica.
Mi amigo se refería a todo lo demás. Lo realmente importante.
Y no pude hacer otra cosa que darle la razón.
Sí, es maravilloso, dije.

martes, 9 de septiembre de 2008

calle

Giraron a la izquierda y entraron en una calle que nunca habían visto.
¿Y esta calle?, preguntó uno.
Ni idea, es la primera vez, dijo el otro.
¿Qué hacemos?, siguió el primero.
No lo sé, contestó el otro.
Entonces uno se sentó en el bordillo y el otro lo imitó.
Así estuvieron varios días, mirándose sin saber qué hacer ni qué decir.
Al final, uno se puso en pie y empezó a caminar mientras el otro aún dormía.
Llegó al final de la calle y regresó a por el otro y lo despertó.
Venga, le dijo, ya sé dónde estamos.

lunes, 8 de septiembre de 2008

cartucho

La escopeta de papá tenía un cartucho, mamá, un cartucho que disparé sin querer, mamá, no sabía que la escopeta estaba cargada, mamá, tampoco sé por qué la cogí del armario, mamá, perdóname, no sé por qué fui a la habitación de la abuela con la escopeta bajo el brazo, mamá, sólo quería asustarla, de broma, mamá, por qué dejó ese cartucho ahí dentro papá, mamá, perdóname, por qué me pasa todo a mí, mamá, yo la quería tanto, mamá, y ahora qué será de nosotros, qué será de mí, mamá, todo esto es el final, lo sabes, mamá, perdóname.

jueves, 4 de septiembre de 2008

beso salado

Tus ojos brillaron al verme, tus labios al sonreír, tu pelo ligero con la brisa, el atardecer, etc.
Fuimos a un banco del parque y hablamos de nuestras cosas, de cuánto nos queríamos, de lo maravilloso que era todo, etc.
Luego empezó a llover y tuvimos que refugiarnos en una portería donde te subí la falda, te bajé las bragas, etc.
Cuando paró de llover nos fuimos cada uno a nuestra casa y nos despedimos con un beso salado, frío, etc.
Al día siguiente tus ojos ya no brillaron tanto, ni tus labios, ni tu pelo, ni el atardecer, etc.

martes, 2 de septiembre de 2008

toallas al hombro

Todo empezó cuando la vecina le preguntó a mi madre si tenía agua.
Mi madre comprobó el grifo y contestó sí.
Entonces la vecina le pidió si podía ir a ducharse, a lo que mi madre aceptó.
Luego fueron el resto de vecinos los que siguieron el mismo procedimiento.
Éramos los únicos con agua.
Así, durante días, mi casa se convirtió en un ir y venir de gente, toallas al hombro y neceseres entre manos.
Mi madre habilitó sillas y los vecinos esperaban su turno.
Cuando el problema del agua se solucionó, nunca más volví a ver a esa gente.

lunes, 1 de septiembre de 2008

de cerca

De pequeño siempre había creído que los Lacasitos tenían el número uno dibujado.
Me parecía raro que todos tuviesen el mismo número, por eso supuse que en algún lugar debían de estar el dos, el tres, el cuatro.
Así me compré quilos y quilos de Lacasitos durante mi infancia, buscando nuevos números, buscando nuevas respuestas.
Una tarde, mi hermana se acercó uno a los ojos y leyó: La-ca-si-tos.
No me lo podía creer.
Había pasado tantos años pensando en una cosa que ahora resultaba ser otra.
Fue entonces cuando supe que la vida, de cerca, iba a ser muy diferente.