Todo empezó cuando la vecina le preguntó a mi madre si tenía agua.
Mi madre comprobó el grifo y contestó sí.
Entonces la vecina le pidió si podía ir a ducharse, a lo que mi madre aceptó.
Luego fueron el resto de vecinos los que siguieron el mismo procedimiento.
Éramos los únicos con agua.
Así, durante días, mi casa se convirtió en un ir y venir de gente, toallas al hombro y neceseres entre manos.
Mi madre habilitó sillas y los vecinos esperaban su turno.
Cuando el problema del agua se solucionó, nunca más volví a ver a esa gente.