Al final mi mujer cogió la botella que había traído mi padre y fuimos a casa de nuestros amigos.
Nos recibieron como si no nos esperasen. Cosas de idiotas, pensé.
Mi mujer le dio la botella a nuestro amigo quien miró la etiqueta frunciendo el ceño y la llevó a la mesa.
Me dieron ganas de darle una paliza, ahí mismo, delante de sus hijos.
Cuando su mujer trajo las carnes, nuestro amigo abrió la botella.
Nos sirvió con el patetismo de quien se cree un experto.
Estuve a punto de preguntarle el precio de esa botella.
Decidí seguir bebiendo.