Casémonos, dijiste, y tu voz en aquel preciso momento brotó como una flor un lunes de junio, desenfocada pero segura de sí misma.
Te respondí Cuándo, así te lo dije,
sin pensar, solo eso y nada más, y justo en ese momento vi que tu cara se
iluminaba, y nunca antes había entendido el significado de esa expresión.
Rizabas una mecha de tu pelo con el
dedo y sonreías, no esperabas mi respuesta, y entonces un gorrión se posó en la
silla donde estabas y, durante unos segundos, pareció contarte un secreto.
Nadie entonces podía llegar a
imaginar mi felicidad.