Empezamos a construir un muro en
nuestro jardín.
Casi sin darnos cuenta, cada día
poníamos una piedra aquí otra allá, sin ninguna intención. Piedras grandes,
pequeñas, que encontrábamos por la calle.
No sabría decir quién de los dos
empezó.
Mis hijos también colaboraron, como
nosotros, sin saber muy bien lo que hacían.
Los vecinos preguntaban qué era lo
que estábamos construyendo. Ninguno de nosotros supo explicarlo.
Una mañana de agosto, al cabo de
unos años, aquello ya estaba acabado. Fue el pequeño quien decidió que esa
había sido la última piedra.
Cerramos la puerta y empezamos a
preparar el desayuno.