Una tarde fui a visitar a mi abuela. Hora de la siesta.
Me había dejado un juego de llaves
para no molestarla.
Entré sin hacer ruido.
Estaba en la cocina. No me oyó
entrar.
Me quedé apoyado en el marco de la
puerta.
Preparaba un bocadillo.
Cortó un trozo de pan, lo abrió por
la mitad, cogió un tomate, lo restregó con parsimonia, después un hilo de
aceite, un pellizco de sal. Colocó más tarde unos trozos de fuet, como aquel antiguo
ceramista que incrustaba piedras preciosas en la vasija.
Cuando hubo acabado, se giró y
dijo: Toma, para ti.