Una tarde de invierno estaba sentado en el sofá con mi madre al lado.
Sin motivo aparente, empezó a acariciarme el pelo.
Y así estuvo durante casi una hora, acariciándome lentamente el pelo.
Yo me dormía a ratos.
Mi hermano mayor estaba sentado a la mesa del comedor, haciendo los deberes, mientras mi madre me acariciaba lentamente.
De vez en cuando podía percibir cómo levantaba la vista de la libreta y nos miraba.
No pude ver la expresión de sus ojos, pero sí oír algunas lágrimas caer sobre el papel, difuminando, supuse, las sumas y las restas y su nombre.