Aquella tarde no tuvimos clase a última hora, así que llegué antes a casa.
Mis padres no estaban.
Dejé la mochila encima de la cama y fui al salón.
El sol entraba por la ventana e iluminaba la silla de madera.
Nunca había visto la silla iluminada de aquella manera. Por primera vez me fijé en su color.
Al cabo de un rato, el sol iluminó la mesita de cristal, las copas, las botellas.
Esos destellos eran algo maravilloso.
Todo se llenó de colores.
Luego el sol desapareció del salón y lo dejó todo tal y como yo lo conocía.