Doblé la esquina cuando vi que te acercabas por ahí.
Me quedé allí quieto, con la esquina doblada, sin saber muy bien lo que hacer.
Al final me decidí y guardé la esquina doblada en el bolsillo de la camisa.
Luego volví a casa y vi un rato la tele.
En mi bolsillo seguía la esquina doblada contigo dentro, quizás llorando.
Te imaginé oscura y quieta ante la esquina doblada.
Te imaginé perdida, al fin.
Y no te negaré mi sonrisa interior.
Luego, mucho más tarde, ya de madrugada, cuando supuse que te habrías dormido, puse la camisa a lavar.