Casi todos los domingos de mi infancia los recuerdo en misa.
Iba con mi madre y siempre nos sentábamos en los últimos bancos.
Desde aquel lugar privilegiado pude observar detalles de la vida que el día a día no me solía ofrecer.
Como aquella vez en que nuestro vecino le robó el monedero a su propia mujer, mientras rezaba arrodillada.
Miré de reojo a mi madre y comprobé que ella también lo había visto.
Luego fuimos a casa.
De camino alcanzamos a nuestro vecino y su mujer.
Él le pasaba el brazo por el hombro.
Ella le besaba la mano.