Aquel hombre entró por la ventana mientras yo hacía los deberes.
Me hizo el gesto de silencio con el índice.
Abrió la puerta de mi habitación y salió.
Dejó un fino rastro de sangre en el suelo, como un animal herido desde hace años.
Oí cómo caminaba por el pasillo, crujía el parquet y las paredes y todo.
Luego un grito.
No era de mi madre, ni de mi hermana, ni mucho menos de mi padre y tampoco de aquel hombre que entró por la ventana mientras yo hacía los deberes.
O quizá sí.
Quizá gritaron todos a la vez.