Cuando era pequeño mi padre preparó una barbacoa.
Mi hermana y yo fuimos a por leña.
El aire olía a pinos y al cloro que se despegaba de nuestros cuerpos como una piel de serpiente.
Estuvimos caminando mientras cantábamos canciones que no existían.
Mi hermana se empezaba a cansar cuando divisó una montaña de madera preparada para nosotros.
Corrimos riendo hacia aquellos lápices gigantes.
Elegimos bien los trozos porque éramos buenos hijos.
Mi hermana iba delante mío con los brazos llenos de maderas.
Entonces un hombre salió de su casa con una escopeta y gritó: Le bois est à nous!