Mi hermana se cayó por una claraboya.
Yo estaba apoyado, viendo cómo caminaba por ese fino hielo.
Se había subido allí para recoger la pelota y ahora volvía triunfante.
Pero el fino hielo se quebró como el azúcar quemado de un postre.
Y mi hermana se hundió en la oscuridad de lo dulce.
Yo estaba apoyado, viendo cómo desaparecía entre cristales de azúcar.
Pensé qué estaría haciendo allí abajo.
Mi madre gritaba sin saber a quién y mi padre corría sin saber a dónde.
Entonces mi hermana apareció por una puerta, cantando, sonriendo y lamiéndose los dedos.
Uno a uno.