Estaba dibujada con rotulador rojo a la izquierda del espejo y, como un animal atropellado en la cuneta, era inevitable mirarla.
Sucedió de repente.
No sé por qué siempre había pensado que este tipo de cosas necesitaban un proceso, pero una mañana me levanté, fui al lavabo y allí estaba.
De un día para otro alguien había dibujado esa cosa ahí.
Aún recuerdo cómo parecía relucir, sangre brotando de los azulejos.
Cogí un trozo de papel higiénico, la borré y tiré el papel al váter.
En casa sólo vivíamos mi abuelo y yo.