En calzoncillos.
Nuestro vecino.
Una cuerda en la mano y una silla en la otra.
De aquí para allá en el salón.
Las doce del mediodía.
La lámpara encendida.
De aquí para allá, izquierda y derecha.
Miraba al suelo.
Se detuvo.
Colocó la silla, se subió, ató la cuerda a la lámpara y el otro extremo a su cuello.
Pero no dejó caer la silla.
Estuvo así mucho rato.
Al principio me había asustado, ahora me hacía gracia.
Llamé a toda mi familia y lo estuvimos mirando, riéndonos, esperando a que se decidiera.
Pero no.