La madre entró y dijo Ya estoy en casa y su voz cansada fue resbalando como lava por las paredes del pasillo hasta llegar a la habitación del niño que ya se ponía la camiseta y caminaba al encuentro con su madre.
Le besó en la frente y le preguntó Qué hacías mientras abría las cartas, casi sin querer una respuesta.
El niño le contestó Nada, perdía el tiempo.
Dentro del armario, la niña dejó escapar una lágrima.