En verano jugaba solo en la calle.
Hacía rebotar una pelota en la pared de casa.
Así hasta que mi madre me llamaba a cenar.
Podía pasarme horas y ser el niño más feliz del mundo.
Una tarde la pelota hizo un extraño y desvió su trayectoria.
Fue rodando calle abajo y se metió en una alcantarilla.
Metí la mano para intentar recuperarla.
Palpando la oscuridad toqué lo que me pareció una cara.
Aquí los ojos, nariz, la boca después, dentro dientes.
Era una cara. Y me resultaba familiar.
Fui corriendo a decírselo a mi madre.
Pero nunca la encontré.